En el último año de la
preparatoria mis maestros de Física se encargaron de mostrarme el mundo de la astronomía
del que me enamore perdidamente, y si bien no fue la carrera que elegí, estaba
decidida a especializarme en ello. Pensaba pasar el resto de mi vida observando
las estrellas… Y en realidad así fue, aunque de un modo muy diferente.
Justo cuando regresaba de Puebla,
después de visitar el INAOEdonde pensaba hacer mi maestría, me entere que
estaba embarazada. Yo, embarazada. Yo, que no pensaba tener hijos antes de los
30, si es que los llegaba a tener; que vengo de una familia tan tradicionalista,
que jamás lo había planeado.
La verdad es que no me lo creía y
no alcanzaba a visualizar como el embarazo iba a encajar con todos mis planes.
Afortunadamente tuve el apoyo de mi pareja, mi familia apoyo a su modo, si bien
no me corrieron, me hacían saber su malestar en todo momento.
No lo podía creer, no lo
asimilaba. Trace un camino de mis propias culpas, de la culpa de “fallarle” a
mis papas y sobre todo de no cumplir mis planes. Entre en un estado emocional
devastador donde las constantes eran miedo, culpa, preocupación e
incertidumbre. Y me hice la gran pregunta: ¿Qué voy hacer?
Claro, por supuesto que pensé en
no tenerlo, pensé que así todo sería más fácil, que cumpliría mis sueños y mis
papas estarían más tranquilos; forme parte de un grupo juvenil católico (si,
por si todo lo anterior no era suficiente) y obviamente eso no estaba bien
visto, pero más allá de todo esto pensé en cómo me sentiría yo después, ¿cómo
si nada hubiera pasado? ¿Cómo si todo estuviera exactamente igual? y bien
sabría que no. Yo creo que cada quien es libre de tomar sus decisiones según
sus posibilidades, creencias y pensamientos, y en este caso yo decidí ser mamá.
Fue mágico y aterrador. Todo
mundo te dice mil cosas, lo que tienes que hacer y te recomienda según su
propia experiencia, si bien para una mamá primeriza todo es un caos, el
embarazo en condiciones emocionales precarias es increíblemente desgastante. Lo
que se supone una de las más grandes alegrías para una mujer se puede volver su
mayor angustia.¿Cómo se educa a un hijo? ¿Cómo
se cuida a un bebé? ¿Qué vida le voy a dar? ¿Cómo le voy hacer para darle un
hogar? Mil y un preguntas pasaban por mi cabeza, preguntas que no sabía
contestar.
Poco a poco todo fue fluyendo y
llego el Gran Día. Por supuesto que estaba aterrada, para mí los hospitales son
una pesadilla y el parto ¡duró siglos!.. Entonces lloro, lloro de un modo muy
singular, mire los chinos de su cabello, y la vi sana y perfecta. A partir de
ese momento todo lo demás dejó de importar; le había dado vida a una personita
nueva, indefensa y tan pequeñita. Desde ese momento comprendí que siempre hay
un como si hay un porque, ella me dio una nueva razón de ser y soñar; no sé si
alguien más lo haya experimentado, pero me sentía poderosa, con una fuerza a
prueba de todo y sabiendo que todo iba a estar bien.
Desde que me la dieron no pude
dejar de mirarla. Las demás mamas del hospital me decían que la iba acostumbrar
a los brazos, que la dejara en la cuna, pero para mí había caído una estrella y
me iba a pasar toda la vida observándola, cuidandola y maravillándome de ella.
Entonces me percate: Cayó una
estrella… Y aterrizo en mis brazos.
#SeamosLuzDelMundo
Cynthia Aguilar
Formadora en Inteligencia Emocional, Financiera y Empoderamiento Femenino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario